Los mitos y leyendas son una oportunidad rica en transversalidad como estrategia pedagógica de enseñanza, ya que permiten establecer no solo acercamiento cultural de los estudiantes, con sus tradiciones e historias, sino valerse de estas para enseñar distintas áreas educativas, motivar a los estudiantes al amor por la lectura y buscar que estos sean generadores de nuevas historias.
sábado, 14 de noviembre de 2009
LA CANDILEJA
La Candileja es una bola ígnea de tres hachones o luminarias, con brazos como tentáculos chisporroteantes de un rojo candela, que produce ruido de tiestos rotos. Persigue a borrachos, infieles y a padres de familia irresponsables y blandengues. Asusta también a los viajeros que transitan en horas avanzadas de la noche. Los abuelos y tatarabuelos, en hogares de familias numerosas, cuentan esta leyenda una y otra vez para escarmiento o como lección moral a sus hijos y nietos.
Según cuentan hace muchísimos años había una anciana que tenia dos nietos a quienes consentía demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y desenfrenos. Las infantiles ocurrencias llegaron hasta exigirle a la viejita que hiciera el papel de bestia de carga para ensillarla y luego montarla entre los dos; la abuela accedió en el acto para la felicidad de sus dos nietos, quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la educación de sus dos pimpollos y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que significan: el cuerpo de la anciana y el de los dos nietos.
La Candileja es una bola ígnea de tres hachones o luminarias, con brazos como tentáculos chisporroteantes de un rojo candela, que produce ruido de tiestos rotos. Persigue a borrachos, infieles y a padres de familia irresponsables y blandengues. Asusta también a los viajeros que transitan en horas avanzadas de la noche. Los abuelos y tatarabuelos, en hogares de familias numerosas, cuentan esta leyenda una y otra vez para escarmiento o como lección moral a sus hijos y nietos.
Según cuentan hace muchísimos años había una anciana que tenia dos nietos a quienes consentía demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y desenfrenos. Las infantiles ocurrencias llegaron hasta exigirle a la viejita que hiciera el papel de bestia de carga para ensillarla y luego montarla entre los dos; la abuela accedió en el acto para la felicidad de sus dos nietos, quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la educación de sus dos pimpollos y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que significan: el cuerpo de la anciana y el de los dos nietos.
MIRTHAYU
MIRTHAYU
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Hace muchísimos años el Cacique Tairón, vecino de los Michúes tenía como rutina ofrecer un sacrificio. En uno de ellos, apareció de repente una nube que esparcía rayos de mil colores. Entre más se acercaba, era más fácil distinguir que en su seno iba una mujer muy hermosa. Tairón y su tribu cayeron de rodillas, lanzando exclamaciones y gritos de alegría, pues creyeron que llegaba a ellos el dios a quien le estaban ofreciendo el sacrificio
La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú y la eligieron como su única reina.
Mirthayú se convirtió en la adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro.
Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía.
Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios.
Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allí observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano.
La reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila.
Mirthayú desfalleciente y de rodillas pidió protección a Tairón y a sus dioses y cuando menos lo esperaba se aproximó una nube de colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre sus brazos, limpió sus lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero Mirthayú se desplomó sobre el suelo y murió.
La reina pronto entregó su alma al creador del universo. La cabeza de Mithayú quedó hacia el oriente, los pies sobre el río Guacacallo, la mirada prolongada al infinito y los senos desnudos y desafiantes, como dos pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de muchos años, Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila. Ella con sus atractivos "senos de reina" y él con la perfección de su perfil, ambos mirando hacia el cielo.
Fuente:
Angélica García - Colombia País Maravilloso
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Hace muchísimos años el Cacique Tairón, vecino de los Michúes tenía como rutina ofrecer un sacrificio. En uno de ellos, apareció de repente una nube que esparcía rayos de mil colores. Entre más se acercaba, era más fácil distinguir que en su seno iba una mujer muy hermosa. Tairón y su tribu cayeron de rodillas, lanzando exclamaciones y gritos de alegría, pues creyeron que llegaba a ellos el dios a quien le estaban ofreciendo el sacrificio
La dicha aumentó cuando la deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le pusieron Mirthayú y la eligieron como su única reina.
Mirthayú se convirtió en la adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba hacia su tribu. Pero un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza, recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el inminente peligro.
Mirthayú se enfrento al gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía.
Entre Mirthayú y Matambo nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que enfrentarse a la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que Matambo cruzara por sus predios.
Para evitar que algo le pasara a su amada, Matambo le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente para que desde allí observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano.
La reina recurrió a los hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de Gigante, en el Huila.
Mirthayú desfalleciente y de rodillas pidió protección a Tairón y a sus dioses y cuando menos lo esperaba se aproximó una nube de colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre sus brazos, limpió sus lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero Mirthayú se desplomó sobre el suelo y murió.
La reina pronto entregó su alma al creador del universo. La cabeza de Mithayú quedó hacia el oriente, los pies sobre el río Guacacallo, la mirada prolongada al infinito y los senos desnudos y desafiantes, como dos pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de muchos años, Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas encantadas, visibles desde la carretera central del Huila. Ella con sus atractivos "senos de reina" y él con la perfección de su perfil, ambos mirando hacia el cielo.
Fuente:
Angélica García - Colombia País Maravilloso
LA MADRE MONTE
LA MADRE MONTE
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Los campesinos cuentan que cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, estos se enturbian y se desbordan, causan inundaciones, borrascas fuertes, que ocasionan daños espantosos.
Castiga a los que invaden sus terrenos y pelean por linderos; a los perjuros, a los perversos, a los esposos infieles y a los vagabundos. Maldice con plagas los ganados de los propietarios que usurpan terrenos ajenos o cortan los alambrados de los colindantes. A los que andan en malos pasos, les hace ver una montaña inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan sino después de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una alucinación, una vez que el camino que han trasegado ha sido el mismo.
El mito es conocido en Brasil, Argentina y Paraguay con nombres como: Madreselva, Fantasma del monte y Madre de los cerros.
Dicen que para librarse de las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un bejuco de adorote amarrado a la cintura. Es también conveniente llevar pepas de cavalonnga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo de guayacán; sirve así mismo, para el caso, portar escapularios y medallas benditas o ir rezando la oración de San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los aserríos.
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Los campesinos cuentan que cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, estos se enturbian y se desbordan, causan inundaciones, borrascas fuertes, que ocasionan daños espantosos.
Castiga a los que invaden sus terrenos y pelean por linderos; a los perjuros, a los perversos, a los esposos infieles y a los vagabundos. Maldice con plagas los ganados de los propietarios que usurpan terrenos ajenos o cortan los alambrados de los colindantes. A los que andan en malos pasos, les hace ver una montaña inasequible e impenetrable, o una maraña de juncos o de arbustos difíciles de dar paso, borrándoles el camino y sintiendo un mareo del que no se despiertan sino después de unas horas, convenciéndose de no haber sido más que una alucinación, una vez que el camino que han trasegado ha sido el mismo.
El mito es conocido en Brasil, Argentina y Paraguay con nombres como: Madreselva, Fantasma del monte y Madre de los cerros.
Dicen que para librarse de las acometidas de la Madremonte es conveniente ir fumando un tabaco o con un bejuco de adorote amarrado a la cintura. Es también conveniente llevar pepas de cavalonnga en el bolsillo o una vara recién cortada de cordoncillo de guayacán; sirve así mismo, para el caso, portar escapularios y medallas benditas o ir rezando la oración de San Isidro Labrador, abogado de los montes y de los aserríos.
LAS LÁGRIMAS DE POTIRA
LAS LÁGRIMAS DE POTIRA
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Mucho antes de que los blancos llegaran a las tierras menos pobladas del interior de Brasil, ya vivían allí muchas tribus indígenas, en paz o en guerra, cada una siguiendo sus costumbres. De una de estas tribus, en paz con sus vecinos desde hacía tiempo, formaban parte Potira, una hermosa india agraciada por Tupá con la hermosura de las flores, e Itagibá, joven fuerte y valiente.
Era costumbre de la tribu que las mujeres se casasen pronto y que los hombres lo hicieran al convertirse en guerreros. Cuando Potira llegó a la edad de casamiento, Itagibá adquirió la condición de guerrero. Ambos se amaban, habían decidido compartir sus vidas, compartir sonrisas y momentos difíciles, ser compañeros. Y aunque otros jóvenes también suspiraban por Potira, ella no tuvo dudas, y se unió con Itagibá en una gran fiesta.
Eran tiempos tranquilos y la felicidad les acompañaba. Los periodos de separación que coincidían con viajes para contactar con otras tribus o con cacerías, hacían que volvieran a verse después con más ganas, que se unieran más de lo que ya estaban. La alegría de cada reencuentro compensaba las noches a solas.
Llegó un día, sin embargo, en el que el territorio de la tribu fue amenazado por vecinos que codiciaban la abundante caza que había en él, e Itagibá partió con sus hombres para la guerra. Potira vio alejarse las canoas río abajo, preparadas para el enfrentamiento, sin saber qué sentía exactamente, aparte de la tristeza de separarse de su amado sin una fecha concreta a la que aferrarse esperando su vuelta, sin poder contar los días... Pero no lloró como las ancianas de la tribu, quizá porque nunca había visto ninguna otra guerra.
Todas las tardes iba a sentarse a la orilla del río, esperando pacientemente, tranquila. Ajena a los risas de los niños, solo esperaba, escuchaba el rumor de las aguas del río queriendo oír en ellas el sonido de un remo batiendo en el agua, imaginando el dibujo de una canoa recortándose en la lejanía. Cuando el sol se ponía, retornaba al poblado con la imagen de Itagibá aún en mente, sonriendo pues en cierto modo había pasado con él la tarde...
Fueron muchas tardes iguales, una tras otra, y el dolor de la nostalgia se iba imponiendo. Pero cada tarde volvía con la misma ilusión al encuentro de su amado, y esa esperanza hacía que cada mañana siguiera levantándose y cumpliendo sus tareas con una sonrisa en los labios, porque a la tarde se reunirían. Y si no era esa tarde, sería la siguiente...
Una de las tardes en las que Potira escudriñaba el horizonte en busca de esa sombra recortándose en él, el canto de la araponga retumbó en los árboles. Y el rostro de Potira se ensombreció, y su sonrisa se perdió en las aguas del río. Porque todos saben que el canto melancólico de la araponga solo anuncia acontecimientos tristes, y nuestra india, bella como una flor, codiciada por tantos hombres... supo que eso ya no importaba, que nada importaba, porque el araponga había anunciado la muerte de Itagibá. Y por primera vez lloró. Sin decir palabras, como no habría de decirlas nunca más. Lloró, lloró y siguió llorando, y las lágrimas que descendían por el rostro fueron haciéndose sólidas y brillantes a su paso por la cara y el aire, yendo a parar al lecho del río por el que Itagibá había partido.
Y se dice que Tupá, conmovido, transformó esas lágrimas en diamantes, perpetuando así el recuerdo de un amor intenso y puro. Y así fue como a la llegada del hombre blanco, le recibió una tierra en la que las pasiones abundaban... y que seguía guardando las valiosas lágrimas de Potira a las que tanto valor se daría después... pero olvidando su origen.
LA LLORONA
Quienes la han visto dicen que es una mujer con la cara huesuda, cabellera revuelta y enlodada, ojos rojizos, vestidos suelos y deshilachados. Lleva entre sus brazos un bultico como de niño recién nacido, No hace mal a la gente, pero causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.
Las apariciones se verifican en lugares solitarios, desde las ocho de la noche, hasta las cinco de la mañana. Sus sitios preferidos son las quebradas, lagunas y charcos profundos, donde se oye el chapaleo y los ayes lastimeros. Se les aparece a los hombres infieles, a los perversos, a los borrachos, a los jugadores y en fin, a todo ser que ande urdiendo maldades. Este mito es conocido en todas las regiones de Colombia y está generalizado en América, con la diferencia de que cada región tiene su leyenda propia. La Leyenda Durante la guerra civil, en la época del doctor José Ignacio de Márquez con motivo de las pretensiones del presidente ecuatoriano Juan José Flórez de quitarle a nuestra patria los territorios que hoy forman los departamentos de Nariño, Cauca y Valle, se estableció en la Villa de las Palmas, o Purificación, un Comando General, donde concentraban gentes de distintas partes del país. Uno de sus capitanes, de conducta poco recomendable y que encontraba en la guerra una aventura divertida para desahogar su pasado luctuoso de asaltos y crímenes, se instaló con su esposa en esta villa, que al poco tiempo abandonó para seguir en la lucha. Su afligida y abandonada mujer se dedicó a la modistería para no morir de hambre mientras su marido volvía y terminaba la guerra. Al correr del tiempo las gentes hicieron circular la noticia de la muerte del capitán y la pobre señora guardó luto riguroso hasta que se le presentó un soldado que formaba parte del batallón de reclutas que venían de la capital hacia el sur, pero que por circunstancias especiales, debía demorar en aquella localidad algunas semanas. La viuda convencida de las aseveraciones sobre la muerte de su marido creyó encontrar en aquel nuevo amor un lenitivo para su pesar, acepto al joven, e intimo con él. Loa días de locura pasional pasaron veloces y, nuevamente la costurera quedó saboreando el abandono, la soledad, la pobreza y bebiéndose las lágrimas por la ausencia de su amado. Aquella aventura dejo huellas imborrables en la atribulada mujer, porque a los pocos días sintió palpitar en sus entrañas el fruto de su amor. El tiempo trascurría sin tener noticias de su bien amado. La añoranza se tornaba tierna al comprobar que se cumplían las nueve lunas de su gestación. Un batallón de combatientes regresaba del sur el mismo día que la costurera daba a luz un niño flacuchento y pálido. Aquel cuartucho silencioso y pobre se alegró con el llanto del pequeñín. Al atardecer de aquel mismo día, llegó corriendo a su casa, una vecina amiga, a informarle que su esposo el capitán, no había muerto, porque sin temor a equivocarse, lo acababa de ver entre el cuerpo de tropa que arribaba al campamento. En tan Importuno momento, esa noticia era como para desfallecer, no por el caso que pocas horas antes había soportado, como por el agotamiento físico en que se encontraba. Miles de pensamientos fluían a su mente febril. ¿Qué le diría al iracundo esposo cuando preguntase de quién era aquel niño? ¿Lo convencería de la noticia que circuló sobre su muerte? ¿Aceptar la su falta justificándola a su estado de soledad y abandono? iNo! Ella lo conocía muy bien. Era un hombre duro y cruel. ¿Llegaría a su vivienda aquella noche… ¿Demoraría en llegar...? ¿Qué hacer...? ¿Esperarlo? Pero… ¿Si su ira demoníaca le llegara a matar a su hijo? ¡Nooo! ¡Pobre pedazo de su corazón atormentado...! iQué horror...! Ella no lo soportaría. Ya su cerebro era un volcán en erupción... Ya no reflexionaba. En su mente débil se forjó una idea: ¡Huir...! Sí. Huir... Se levanto decidida de su cama. Se colocó un ropón deshilachado, sobre sus hombros, cogió al recién nacido, lo abrigó bien, le agarró fuertemente contra su pecho creyendo qua se lo arrebataban y, sin cerrar puertas ni ventanas abandonó la choza, corriendo con dificultad. Se encaminó por el sendero oscuro bordeado de arbustos, y protegida por el manto negro de la noche. Gruesas gotas de lluvia empezaron a caer... seguía corriendo ¿hacia dónde...? ¡Ni ella misma lo sabía…! Los nubarrones más densos... seguía lloviendo... La tempestad se desató con fuerza La luz de los relámpagos le iluminaba el camino. La naturaleza la sacudía con estertores de muerte. La demente lloraba. Los arroyos crecieron... se desbordaron. Al terminar la vereda encontró el primer riachuelo "fuera de madre", pero ya la mujer no veía. Penetrando a la corriente impetuosa que la arrolló rápidamente. Las aguas bramaron. En sus estrepitosos rugidos parecía percibirse el lamento de una mujer…¡Ay… mi hijo…! ¡Ay… mi hijo…! Paso la tormenta y solo quedo flotando en el aire frío y erizante graznido del “trespies” entre la copa húmeda de uno de los caracolíes de la orilla de la quebrada. Era el canto agorero del ave que anunciaba una desgracia.
¿QUE SON LOS MITOS Y LEYENDAS?
¿Qué es un mito?
Un mito (relato falso con sentido oculto, narración, discurso, palabra emotiva) se refiere a un relato que tiene una explicación o simbología muy profunda para una cultura en el cual se presenta una explicación divina del origen, existencia y desarrollo de una civilización.
¿Qué es una leyenda ?
Una leyenda es una narración oral o escrita, en prosa o verso, de apariencia más o menos histórica, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos
Un mito (relato falso con sentido oculto, narración, discurso, palabra emotiva) se refiere a un relato que tiene una explicación o simbología muy profunda para una cultura en el cual se presenta una explicación divina del origen, existencia y desarrollo de una civilización.
¿Qué es una leyenda ?
Una leyenda es una narración oral o escrita, en prosa o verso, de apariencia más o menos histórica, con una mayor o menor proporción de elementos imaginativos
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